lunes, 8 de noviembre de 2010

La Trinidad


La palabra trinidad no aparece en la Biblia, y aunque la usó Tertuliano en la última década del ss.ss. siglo(s) II, formalmente no encontró su lugar en la teología de la iglesia hasta el ss.ss. siglo(s) IV. Sin embargo, es la doctrina distintiva de la fe cristiana que abarca todo lo demás. Ella hace tres afirmaciones: que no hay sino un solo Dios, que cada una de las tres personas, Padre, Hijo, y Espíritu, es Dios, y que tanto el Padre, como el Hijo y el Espíritu son personas claramente diferenciadas. En esta forma se ha convertido en la fe de la iglesia desde que recibió su primera formulación plena por Tertuliano, Atanasio y Agustín.

I. Derivación

Si bien no es una doctrina bíblica en el sentido de que no se puede encontrar formulación de ella en la Biblia, se puede ver que ella subyace a la revelación de Dios, implícita en el ATAT Antiguo Testamento y explícita en el NTNT Nuevo Testamento. Con esto queremos decir que, si bien no podemos hablar confiadamente de la revelación de la Trinidad en el ATAT Antiguo Testamento, no obstante una vez que la sustancia de la doctrina ha sido revelada en el NTNT Nuevo Testamento, podemos volver hacia atrás y comprobar la existencia de muchas implicancias de ella en el ATAT Antiguo Testamento.

a. En el Antiguo Testamento

Se puede entender que en épocas cuando la religión revelada tenía que hacerse valer en un entorno de idolatría pagana, nada que pudiese poner en peligro la unidad de Dios podía darse libremente. El primer imperativo, por consiguiente, consistía en declarar la existencia del único Dios, vivo y verdadero, y a esta tarea se dedica principalmente el ATAT Antiguo Testamento. Pero ya en las primeras páginas del ATAT Antiguo Testamento se nos enseña a atribuir la existencia y la persistencia de todas las cosas a una fuente tripartita. Hay pasajes donde Dios, su Palabra y su Espíritu aparecen juntos, como, por ejemplo, en el relato de la creación donde Elohim aparece creando por medio de su Palabra y su Espíritu (Gn. 1.2–3). Se piensa que Gn. 1.26 apunta en la misma dirección, porque allí se afirma que Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”, seguido por la afirmación de su cumplimiento: “Y creó Dios al hombre a su imagen”, caso notable de intercambio del plural y el singular, lo cual sugiere pluralidad en la unidad.

Hay muchos otros pasajes donde Dios, su Palabra y su Espíritu aparecen juntos como “co-causas de efectos”. En Is. 63.8–10 vemos que son tres los que hablan, el Dios del pacto con Israel (v.v. versículo(s) 8), el ángel de la presencia (v.v. versículo(s) 9), y el Espíritu “enojado” por su rebelión (v.v. versículo(s) 10). Tanto la actividad creadora de Dios como su gobierno se asocian, posteriormente, con la Palabra personificada como “Sabiduría” (Pr. 8.22; Job 28.23–27), como también con el Espíritu como dispensador de todas las bendiciones, y fuente de la fuerza física, el valor, la cultura y el gobierno (Ex. 31.3; Nm. 11.25; Jue. 3.10).

La triple fuente revelada en la creación se hace más evidente aun a medida que se desenvuelve la redención. En una etapa antigua encontramos los notables fenómenos relacionados con el ángel de Yahvéh, que recibe y acepta honores divinos (Gn. 16.2–13; 22.11–16). No en todos los pasajes del ATAT Antiguo Testamento donde aparece esta designación se refiere a un ser divino, porque está claro que en pasajes tales como 2 S. 24.16; 2 R. 19.35, se hace referencia a un ángel creado investido de autoridad divina para la ejecución de una misión especial. En otros pasajes el ángel de Yahvéh no sólo lleva el nombre divino, sino que tiene dignidad y poder divinos, dispensa liberación divina, y acepta homenaje y adoración propios únicamente de Dios. En resumen, al Mesías se le atribuye deidad, aun cuando se lo considera como persona diferenciada de Dios mismo (Is. 7.14; 9.6).

El Espíritu de Dios recibe prominencia también en relación con la revelación y la redención, y se le asigna su función en la dotación del Mesías para su obra (Is. 11.2; 42.1; 61.1), y en la de su pueblo para responder con fe y obediencia (Jl. 2.28; Is. 32.15; Ez. 36.26–27). Así, el Dios que se reveló a sí mismo objetivamente por medio del Ángel mensajero se reveló a sí mismo subjetivamente en y por el Espíritu, dispensador de todas las bendiciones y dones en la esfera de la redención. La triple bendición aarónica (Nm. 6.24) también debe tenerse en cuenta quizá como prototipo de la bendición apostólica neotestamentaria.

b. En los evangelios

A modo de contraste debemos recordar que el ATAT Antiguo Testamento fue escrito antes de que se hubiese dado a conocer con claridad la revelación de la doctrina de la Trinidad, y el NTNT Nuevo Testamento después de ella. En el NTNT Nuevo Testamento la encontramos particularmente en la encarnación de Dios Hijo, y en el derramamiento del Espíritu Santo. Pero por tenue que sea la luz en la antigua dispensación, el Padre, el Hijo y el Espíritu del NTNT Nuevo Testamento son los mismos que los del ATAT Antiguo Testamento.

Puede decirse, no obstante, que como preparación para el advenimiento de Cristo, el Espíritu Santo se hizo presente en la conciencia de hombres temerosos de Dios en medida desconocida desde el cierre del ministerio profético de Malaquías. Juan el Bautista, más especialmente, tuvo conciencia de la presencia y el llamado del Espíritu, y es posible que su predicación tuviese referencia trinitaria. Llamaba al arrepentimiento para con Dios, a la fe en el Mesías venidero, y hablaba de un bautismo del Espíritu Santo, del cual su bautismo con agua era símbolo (Mt. 3.11).

Las épocas especiales de revelación trinitaria fueron las siguientes.

(i) La anunciación. La participación de la Trinidad en la encarnación le fue revelada a María en el anuncio angelical de que el Espíritu Santo vendría sobre ella, el poder del Altísimo le haría sombra y el niño que había de nacer de ella sería llamado Hijo de Dios (Lc. 1.35). De esta manera se dio a conocer que el Padre y el Espíritu participarían en la encarnación del Hijo.

(ii) El bautismo de Cristo. En el bautismo de Cristo en el Jordán se pueden distinguir las tres Personas, el Hijo que es bautizado, el Padre que habla desde el cielo en reconocimiento de su Hijo, y el Espíritu que desciende en el símbolo objetivo de la paloma. Jesús, habiendo recibido así el testimonio del Padre y del Espíritu, recibió autoridad para bautizar con el Espíritu Santo. Juan el Bautista parece haber reconocido muy pronto que el Espiritu Santo vendría del Mesías, y no simplemente con él. La tercera Persona era por lo tanto el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo.

(iii) La enseñanza de Jesús. La enseñanza de Jesús es trinitaria en su totalidad. Habla del Padre que lo había enviado, de sí mismo como el que revela al Padre, y del Espíritu como aquel por el cual él y el Padre obran. Las interrelaciones entre Padre, Hijo y Espíritu se hacen resaltar en todas partes (véase Jn. 14.7, 9–10). Declaró enfáticamente: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador (Abogado), para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad” (Jn. 14.16–26). Se hace por lo tanto una distinción entre las tres Personas, y también una identificación. El Padre que es Dios envió al Hijo, y el Hijo que es Dios envió al Espíritu, que también es Dios. Esta es la base de la creencia cristiana en la “doble procesión” del Espíritu. En sus disputas con los judíos Cristo insistió en que su carácter de Hijo no provenía simplemente de David, sino de una fuente que lo convertía en Señor de David, y que ya lo era cuando David pronunció las palabras (Mt. 22.43). Esto indicaría tanto su deidad como su preexistencia.

(iv) La comisión del Señor resucitado. En la comisión dada por Cristo antes de su ascensión, con instrucciones a los discípulos sobre ir por todo el mundo con su mensaje, hizo referencia concreta al bautismo “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Es significativo que el nombre sea uno, pero que dentro de los límites de ese único nombre haya tres Personas claramente diferenciadas. La Trinidad como tri-unidad no podría expresarse de modo más claro.

c. Los escritos neotestamentarios

El testimonio que ofrecen los escritos del NTNT Nuevo Testamento, aparte de los evangelios, es suficiente para mostrar que Cristo había instruido a sus discípulos en lo tocante a esta doctrina en mayor medida de lo que registra cualquiera de los cuatro evangelios. Con decisión y entusiasmo proclaman la doctrina de la Trinidad como la triple fuente de la redención. El derramamiento del Espíritu en Pentecostés hizo que la personalidad del mismo adquiriese mayor prominencia y al mismo tiempo arrojó nueva luz sobre el Hijo. Pedro, al explicar el fenómeno de Pentecostés, lo representa como una actividad de la Trinidad: “Este Jesús … exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch. 2.32–33). De modo que la iglesia de Pentecostés estaba fundada en la doctrina de la Trinidad.

En 1 Co. hay una mención de los dones del Espíritu, la diversidad de servicios para un mismo Señor y la inspiración de un mismo Dios para la obra (1 Co. 12.4–6).

Pedro traza la salvación a la misma fuente tri-unitaria: “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 P. 1.2). La bendición apostólica: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Co. 13.14), no sólo resume la enseñanza apostólica, sino que interpreta el significado más profundo de la Trinidad en la experiencia cristiana, la gracia salvadora del Hijo que da acceso al amor del Padre y a la comunión del Espíritu.

Lo que resulta sorprendente, sin embargo, es que esta confesión de Dios como uno en tres se llevó a cabo sin lucha y sin controversia, por un pueblo adoctrinado por siglos en la fe del Dios único, y que al ingresar en la iglesia cristiana no consideraba que estaba haciendo un corte con su antigua fe en ningún sentido.

II. Formulación

Aun cuando la Escritura no nos ofrece una doctrina formulada de la Trinidad, ella contiene todos los elementos con los cuales la teología ha armado la doctrina correspondiente. La enseñanza de Cristo da testimonio de la verdadera personalidad de cada una de las distinciones en el seno de la Deidad a la vez que arroja luz sobre las relaciones existentes entre las tres personas. Quedó para la teología la tarea de formular a base de esto una doctrina de la Trinidad. La necesidad de formular la doctrina le fue impuesta a la iglesia por fuerzas externas a ella, y fue, en particular, su fe en la deidad de Cristo y la necesidad de defenderla lo que primero la impulsó a afrontar la tarea de formular una doctrina completa de la Trinidad para su regla de fe. Ireneo y Orígenes comparten con Tertuliano la responsabilidad de la formulación que sigue siendo, en lo fundamental, la de la iglesia católica. Bajo el liderazgo de Atanasio esta doctrina se proclamó como credo de la iglesia en el concilio de Nicea (325 d.C.d.C. después de Cristo), y en manos de Agustín, un siglo más tarde, recibió una formulación que encierra el llamado credo de Atanasio que es aceptado por las iglesias trinitarias hasta el día de hoy. Después de haber recibido aclaraciones por cuenta de Juan Calvino (para lo cual véase B. B. Warfield, Calvin and Augustine, 1956, pp.pp. página(s) 189–284), pasó al conjunto de iglesias de la fe reformada.

En cuanto a la relación existente entre las tres personas hay distinciones reconocibles.

a. Unidad en diversidad

En la mayoría de las formulaciones esta doctrina se enuncia diciendo que Dios es uno en su ser esencial, pero que en su ser hay tres Personas, que no obstante no conforman individuos separados y distintos. Son tres modos o formas en las que existe la esencia divina. “Persona” es, empero, una expresión imperfecta de esta verdad en la medida en que para nosotros denota un individuo racional y moral independiente. Pero en el ser de Dios no hay tres individuos, sino tres autodistinciones personales en el seno de una sola esencia divina. Luego también, en el hombre la personalidad conlleva la idea de independencia de voluntad, acciones y sentimientos que llevan a una conducta peculiar de la persona. Esto no puede concebirse en relación con la Trinidad. Cada persona es autoconsciente y autodirigida, pero jamás actúa independientemente o en oposición. Cuando decimos que Dios es una unidad queremos decir que, si bien Dios es en sí mismo un centro tripartito de vida, su vida no está dividida en tres partes. Es uno en esencia, en personalidad y en voluntad. Cuando decimos que Dios constituye una Trinidad en la unidad queremos decir que hay unidad en diversidad, y que la diversidad se manifiesta en Personas, en características y en funciones.

b. Igualdad en dignidad

Hay perfecta igualdad en naturaleza, honor y dignidad entre las tres Personas. La paternidad pertenece a la esencia misma de la primera Persona y así fue desde toda la eternidad. Es propiedad personal de Dios, “de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra” (Ef. 3.15).

Al Hijo se le llama “unigénito” quizá para sugerir su carácter único más que derivación. Cristo siempre se atribuyó una relación única con Dios como Padre, y los judíos que lo escucharon aparentemente no tuvieron dudas en cuanto a lo que pretendía. De hecho intentaron matarlo porque “decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn. 5.18).

El Espíritu se revela como la persona que con exclusión de toda otra conoce las profundidades de la naturaleza de Dios: “Porque el espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios … nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Co. 2.10s). Esto es como decir que el Espíritu no es sino “Dios mismo en la más profunda esencia de su ser”.

Esto pone el sello de la enseñanza neotestamentaria sobre la doctrina de la igualdad de las tres Personas.

c. Diversidad en las funciones

En las funciones asignadas a cada una de las Personas en la Deidad, especialmente en cuanto a la redención del hombre, resulta claro que se incluye un cierto prado de subordinación (en relación, si bien no en naturaleza); primero, el Padre, segundo, el Hijo, tercero, el Espíritu. El Padre obra a través del Hijo por medio del Espíritu. Así, Cristo puede decir: “El Padre mayor es que yo.” Como el Hijo fue enviado por el Padre, así el Espíritu es enviado por el Hijo. Como era función del Hijo revelar al Padre, así la función del Espíritu es revelar al Hijo, tal como lo expresó Cristo: “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16.14).

Se ha de reconocer que la doctrina surgió como expresión espontánea de la experiencia cristiana. Los primitivos cristianos se sabían reconciliados con Dios Padre, y sabían que esa reconciliación fue asegurada por la obra expiatoria del Hijo, y que ella les era comunicada en forma de experiencia por el Espíritu Santo. Por lo tanto para ellos la Trinidad fue un hecho antes de convertirse en doctrina, pero a fin de preservarla como parte del credo de la iglesia fue preciso formular la doctrina.

III. Consecuencias de la doctrina

Las consecuencias de esta doctrina son de suma importancia no sólo para la teología, sino para la experiencia y la vida cristianas.

a. Significa que Dios es revelable

La revelación es tan natural para Dios como lo es para el sol el acto de brillar. Antes de que hubiera seres creados ya existía la autorrevelación en el seno de la Trinidad, por cuanto en ella el Padre revelaba al Hijo, el Padre y el Hijo revelaban al Espíritu, el Espíritu comunicaba esa revelación en el seno del ser de Dios. Cuando Dios determinó crear un universo esto no significó ningún cambio en el comportamiento de Dios; significaba dejar que su revelación brillara hacia afuera, hacia su creación. Y esto lo hizo por medio de su Espíritu revelador,

b. Significa que Dios es comunicable

Cuando el sol brilla comunica su luz, su calor y su energía. De modo que si Dios es en su misma esencia comunión él puede hacer que esa comunión se exteriorice hacia sus criaturas y puede comunicarse con ellas según su capacidad de recepción. Esto es lo que ocurrió en forma suprema cuando acudió a redimir a los hombres: hizo que su comunión se inclinara hacia abajo para alcanzar al hombre proscrito y levantarlo. Y así, dado que Dios es un Dios trino tiene algo que compartir: su propia vida y comunión.

c. Significa que la Trinidad es la base de toda verdadera comunión en el mundo

Ya que Dios es en sí mismo comunión, significa que sus criaturas morales, que han sido hechas a su imagen, encuentran plenitud de vida sólo en comunión. Esto se refleja en el matrimonio, en el hogar, en la sociedad, y sobre todo en la iglesia, cuya koinoµnia se construye sobre la base de la comunión de las tres Personas. La comunión cristiana es, por lo tanto, lo más divino que hay en la tierra, el equivalente terrenal de la vida divina, tal como Cristo oró por sus seguidores: “Que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Jn. 17.21).

d. Proporciona variedad a la vida del universo

Hay, como hemos visto, diversidad en la vida de Dios. Dios Padre concibe, Dios Hijo crea, Dios Espíritu da vida; una gran diversidad en cuanto a vida, funciones y actividad. Por esta razón podemos comprender que si el universo es manifestación de Dios, podemos esperar que haya diversidad en la vida de esa totalidad que es el universo creado. Pensamos que la llamada uniformidad de la naturaleza está totalmente equivocada. Todas las maravillas de la creación, todas las formas de vida, todo el movimiento en el universo, son reflejo, espejo, de la multiforme vida de Dios. No existe la monotonía de la uniformidad, ni la uniformidad de diseño en gran escala, por cuanto la naturaleza refleja el carácter multiforme de la naturaleza y la personalidad del Dios vivo.

Bibliografía. E. Danyans, Misterios bíblicos al descubierto, 1976; C. Duquoc, Dios diferente, 1978; J. N. D. Kelly, Primitivos credos cristianos, 1980; B. Rey, De la fe en YHWH a la fe en la Trinidad, 1973; id.id. idem (lat.), el mismo autor, La Trinidad en la Biblia, 1973; J. Auer, Dios uno y trino, 1982; A. W. Wainright, La Trinidad en el Nuevo Testamento, 1976; E. Jungel, La doctrina de la Trinidad, 1980; F. Lacueva, Un Dios en tres Personas, 1975.

J. R. Illingworth, The Doctrine of the Trinity, 1909; C. W. Lowry, The Trinity and Christian Devotion, 1946; A. E. Garvie, The Christian Doctrine of the Godhead, 1925; H. Bavinck, The Doctrine of God, 1951, pp.pp. página(s) 255–334; B. B. Warfield en ISBEISBE International Standard Bible Encyclopaedia, 5 t(t)., ²1930 (s.v.s.v. sub verbo (lat.), véase bajo la palabra correspondiente “Trinity”); R. S. Franks, The Doctrine of the Trinity, 1953; K. Barth, Church Dogmatics, trad.trad. traductor, traducción, traducido ing.ing. inglés, inglesa 1936, 1, pp.pp. página(s) 339ss; D. Lamont, Christ and the World of Thought, 1934, pp.pp. página(s) 221–247.

R.A.F.R.A.F. R. A. Finlayson, M.A., Profesor emérito de Teología Sistemática, Free Church College, Edimburgo, Escocia.

Fuente del Artículo: Nuevo Diccionario Bíblico Certeza

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